lunes, 6 de junio de 2016

TRIGESIMOPRIMERA Y ÚLTIMA DE FERIA: MIURA CLAUSURA SAN ISIDRO CON UN POCO DE TODO

¿Qué tendrán los toros del mítico hierro de Miura, que cuando se anuncia en Madrid apenas se ve cemento en el tendido? En la tarde de hoy no ha sido menos, y la plaza presentaba un aspecto que cualquiera diría que se anunciaban tres de esos que hacen el mejor toreo de la historia, frente a una corrida de esas pensadas para disfrutar y para crear arte. 
Pero no, hoy en la plaza de Madrid, en la última de la feria de San Isidro, se anunciaban los toros de Miura, herrados con esa A con asas inconfundible que, con solo mirarla, se le pone a cualquiera la piel de gallina; con los figurones de la Tauromaquia contemporánea en la otra punta de España, y anunciada para ser lidiada y muerta a estoque por tres toreros modestos que venían prácticamente jugarse el devenir su temporada.
Miura tiene que es diferente al resto. Uno que va por la mañana al apartado y, el subir las escaleras que dan a los corrales, se topa de bruces con esos toros cariavacados, ofensivos, largos como el viaducto del AVE, altos, finos y fibrosos, agalgados y con ese cuello largo y ágil, solo piensa en una cosa "pobrecito el que se tenga que poner ahí delante".
Ya por la tarde, uno por uno empiezan a desfilar por el ruedo y a hacer gala arrogante y galantemente de su inconfundible y pavorosa fachada, y despiertan la admiración y el respeto del aficionado. Y una vez dado cuenta de la hermosura de forma individual, cada uno sale a su padre y a su madre, pero normalmente el interés lo mantienen en el ruedo de forma constante.

El primer miura de la tarde que clausuró la feria salió lisiado, y el presidente, don Jesús María Gómez Martín, que haciendo su trabajo también es diferente a sus colegas, no se dio mucha coba e hizo asomar el pañuelo verde pronto. Rafaelillo hizo correr turno y salió Tabernero, n° 17, nacido en diciembre de 2011. Un hermoso toro de Miura que, así a lo tonto, ha sido uno de los toros de la feria. Poco se emplea en varas mientras el picador pega dos puyazos fuertes, por tal sale perdiendo las manos del primer encuentro. El animal se viene arriba en banderillas, la brega de Álvaro Oliver ha sido eficaz y cuando Rafaelillo de dispone a muletearlo, el animal ya tiene una embestida fiera y enclasada con mucha emoción. Rafaelillo empieza en los medios con la zocata, el toro se arranca como un tren y deja una serie de naturales despegada y metiendo mucho pico. Le siguen otras dos tandas con la zocata en las que las intenciones de Rafaelillo son las de hacer el toreo de verdad, pero falta mucho acople a tan encastado toro. Es después de esto cuando Rafaelillo se relaja más, se pone en el sitio y, dando al toro la distancia oportuna deja, de uno en uno, tres naturales despaciosos, cargando la suerte y llevando al toro atrás. El toreo, en una palabra. Luego de esos tres naturales vuelve a faltarle a Rafaelillo el mando y el acople, el toro sigue embistiendo con mucha emoción y la sensación en el tendido es que se va sin torear. Y así fue. Cuatro naturales de frente que vuelven a emocionar son el prolegómeno a tres pinchazos y una estocada que le hicieron perder una oreja. Una oreja que hubiera sido cortada a un toro de dos. Mereció muchísimo más Tabernero, que fue despedido con una gran ovación mientras el tiro de mulillas se lo llevaba destino a la industria cárnica.
Rafaelillo dispuso en cuarto lugar de una de las cosas más feas que se han visto en los últimos tiempos por esta plaza: un sobrero de Valdefresno (de quién si no) que parecía más bien un búfalo de esos de los que salían en las películas de los indios ambientadas en las grandes llanuras de los Estados Unidos. Ese aspecto tan poco apropiado para lo que se supone un toro de lidia fue algo premonitorio, el bicharraco acudía al percal y a la franela roja como un vulgar morucho de carne, topando y dando tarascadas defensivas a todo lo que se movía. A estas horas, el de Valdefresno ya será hamburguesa pura, lo único para lo que servía sin lugar a dudas.

Javier Castaño fue recibido por la afición de Madrid con una afectuosa ovación que le reconocía el haber superado al toro más difícil de su vida. Luego, a la hora de la verdad, Dios dispuso y el de cuatro patas descompuso. Tuvo Castaño un segundo toro de esos típicos miureños que salen sin comerse a nadie, flojito y haciendo gala de un hermoso trote cochinero. Castaño hizo una faena larga en la que pegó muchos trallazos a media altura sin fajarse de veras con el animal, y sin llegar a hacer que el interés floreara por algún lado. Además, el uso de la espada y sobre todo del verduguillo no fue el apropiado.
Con el quinto de Miura en el ruedo vivimos momentos de enorme emoción de la mano, de quién si no, de Fernando Sánchez y de Marco Galán.
Fernando Sánchez puso el segundo par a este toro de esa forma tan personal y tan torera de la que hace uso, dejándose ver toreramente y dejando que el toro le llegue mientras él anda con despaciosidad; pero la ejecución del par no pasó de normalita, siendo generosos. De nuevo el presidente, en otro ejercicio más de afición, dio la nota para bien y permitió a Sánchez volver a entrar para dejar, esta vez sí, un grandioso par de banderillas en toda la cara y asomándose al balcón. Ovación que se escuchó en Manuel Becerra.
Marco Galán, por supuesto, volvió a dejar patente el porqué es el número uno con el capote en las manos. Vaya brega le sopló al de Miura, aunque ya no es noticia algo así.
Fue este toro el peor de la corrida, sin recorrido, echando la cara arriba y sin un ápice de casta. Javier Castaño, de nuevo, estuvo muy pesado y porfió más de la cuenta. Esta vez sí, mató con más dignidad.

Y Pérez Mota... ¿Qué decir de él? Siendo honestos, cuando un servidor le vio anunciado en esta corrida, no pudo contener cierta esperanza en que pudiera romper para delante y dar una buena tarde. Evidentemente, tales esperanzas me las como con papas arrugadas con mojo picón, y muy gustosamente además. A Pérez Mota le correspondió el mejor lote de miuras, o el peor, según se mire. Si lo mira quien está en el tendido calibrando las posibilidades de los toros, su comportamiento, sus virtudes y sus defectos, evidentemente fue el mejor lote de la tarde. Pero si lo mira un señor que tiene más miedo que quince viejas y un nulo oficio, fue el peor lote de largo. No se toreaban solos los dos miuras, eran toros para trabajárselos, poderlos primero, y torearlos después sin excederse de faena. El tercero de la tarde no fue picado apenas y, por si fuera poco, el matador empezó la faena con trallazos en los medios sin siquiera doblarse con él. Resultado: el toro a vino arriba, Pérez Mota le acortaba mucho el viaje en cada muletazo, le dio trallazos de mil colores y formas y, a fin de cuentas, hizo al toro muchísimo peor de lo que en realidad fue. Y para rematar la faena de la mejor forma posible, bajonazo.
El sexto y último de la tarde y la feria, llamado Ojeador y marcado a fuego con el número 11, ha sido el único toro de toda la santa feria que se ha arrancado desde lejos al caballo en tres varas. Las dos primeras el animal cumplió, romaneando además en la primera y siendo picado malamente; y en la tercera, arrancándose desde los medios con un hermoso galope, ya pegó gañafones y se repuchó, siendo picado esta vez por Francisco Vallejo en todo lo alto. El toro se gastó mucho en esta pelea en varas, pero llegó a la muleta con sus quince arrancadas para poner Madrid bocabajo si el torero se lo proponía. De nuevo, Pérez Mota empezó la faena por banderazos a media altura sin pararse a someterlo por bajo antes de intentar torearlo; y el animal, cada vez más corto y a la defensiva. En resumidas cuentas, el torero gaditano lo único que hizo en este tarde la más de bien fue tapar a sus dos toros. Mala suerte para ambos miuras en la hora del sorteo.

Ya acabó la feria, y acabó con una miurada que dejó de todo: casta, dificultades, invalidez, borreguez, suerte a varas, un tercio de banderillas vibrante, buenos capotazos, algunos naturales de Rafaelillo... De todo, menos aburrimiento. Y es que con Miura, malo es si nos aburrimos. Larga vida a Miura.

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